Hace ya unas semanas me
enfrenté a la prueba más dura que había disputado en el año y medio que
llevo entrenando como triatleta, el Maratón Divina Pastora de Valencia,
lugar y prueba que recomiendo si os animáis a esta bonita aventura.Era mi primera maratón.
Os
cuento que siendo sincero, no estoy contento con el resultado que he
obtenido en la carrera, y este hecho me ha generado ciertas
contradicciones que con el paso de las horas empiezo a comprender. El
principal motivo de mi descontento es la enorme diferencia entre mis
expectativas y el resultado obtenido. Si, ya lo sé. Era mi primera
Maratón, y el hecho de haberla completado en 3 horas y 24 minutos no es
ni mucho menos algo despreciable a mis treinta y cinco años, y llevando
un año y medio practicando deporte de forma seria, pero qué le voy a
hacer. Al fin y al cabo así es como soy yo. Mis expectativas (bastante
infladas dadas las circunstancias) estaban cerca de las tres horas.
Incluso me atrevo a afirmar que albergaba cierta esperanza de rebajar
mínimamente la mítica marca. Me basaba en lo que había leído tomando
como referencia mi mejor marca en la media maratón , que este año ha
sido de 1 hora y 24 minutos, y en la que no recuerdo haber sufrido
demasiado para ser sincero.
Pero aunque se diga a veces que en
el deporte puede pasar cualquier cosa (Haile Gebrselassie), hay ciertas
leyes que en esto son casi matemáticas, y una de ellas es que un gran
resultado es siempre fruto de una suma de factores; entrenamiento,
descanso, alimentación, estrategia correcta y la ausencia de enfermedad o
lesión, esto es, la salud. (seguro que me olvido de alguno).
En
mi caso, el motivo de mi insatisfacción ha sido omitir estos factores e
ignorarlos a la hora de trazar un objetivo realista, cosa que he
aprendido, resulta peligroso en la prueba reina. Al menos imaginar que
sin todos estos factores a un nivel óptimo no se puede aspirar a las
míticas tres horas. Y es que el pasado 3 de octubre sufrí un mi primer
esguince de tobillo. Un grado uno tirando a dos mientras preparaba lo
que iba a ser mi primera prueba de distancia medio Ironman. Tras el
accidente estuve cerca de 10 días sin correr y con sesiones muy
dolorosas de fisioterapia, aunque estuve nadando y haciendo rodillo en
la medida de lo posible. Así que hasta mediados de octubre no tuve
ocasión de comenzar a correr, y de ahí en adelante progresivamente. Lo
cierto es que tan solo he tenido un mes para asimilar las cargas
necesarias para los 42.195 metros.
Este hecho, junto a que no fue
posible hacer la carga máxima de volumen tres semanas antes de la
maratón sino dos semanas antes, creo que han sido los motivos más
importantes para explicar mi resultado en la prueba.
El sábado
víspera de la carrera, tras una semana de descanso con tan solo un par
de sesiones y una buena carga de hidratos, la mejor acompañante y
asistente de atletas del mundo y yo salimos hacia Valencia. Una vez allí
y siendo medio día dejamos las maletas en el hotel y nos fuimos a una
pizzería, donde tomamos una ensalada y un plato de pasta que parecía que
no llegaba nunca. Luego nos fuimos al Oceanográfico y dimos una pequeña
vuelta por allí, aunque sin cansarnos demasiado porque a las 22:00
horas tocaba dormir. Durante toda la tarde me sentí algo hinchado,
imagino que por la carga de hidratos de los días anteriores. No soy
partidario de comer más en estos días, y de hecho no lo hice.
Imagino
que estas sensaciones se debieron al cambio en los hábitos alimenticios
ya que me gusta ser estricto con lo que como. Como siempre, Inma estaba
allí y sus palabras me tranquilizaron. Hablamos de las sensaciones y los
nervios de antes de las carreras y le comenté que éstos te evitan
disfrutar de lo que vas a vivir. Me dijo que los nervios son el sabio
mecanismo por el que tu cuerpo y tu mente se preparan para lo que viene,
y que los aceptase como buenos. Ya os he dicho que es la mejor
asistente de atletas del mundo, a la par que una psicóloga de primera
categoría.
Antes de dormir me tomé un pequeño sándwich de pechuga
de pavo con tomate rallado y un yogurt líquido. Y después de los
nervios propios del día antes de la carrera, esa noche por suerte dormí
como un niño.
A la mañana siguiente me desperté a las seis de la
mañana sintiéndome descansado, y bajé a la cafetería del hotel. Tomé un
café solo, un zumo de melocotón y un par de tostadas de mantequilla con
miel. Sentía que no necesitaba más y creo que no me equivoqué. Inma se
tomó unos huevos revueltos, dos salchichas Frankfurt, tostadas, un zumo,
un café con leche y birló del buffet para luego un bizcochito y una
manzana… sin comentarios.
Tras descansar un poco más, a las 8:00
salimos caminando hacia la Ciudad de las Artes y las Ciencias de
Valencia, lugar de salida y llegada de la prueba que estaba a un km del
hotel. No estaba muy nervioso, cosa que agradecí. Y tras calentar un
poco me fui al box de salida y me coloqué según el tiempo que había
elegido cuando hace tres meses me inscribí; curiosamente atletas entre 3
horas 15 minutos y 3 horas 30 minutos. (Otra cosa era lo que tenía en
la cabeza). Antes de darse la salida vi a dos amigos triatletas que
estaban en la zona de 3 horas y me dijeron que me fuese con ellos a
correrla, pero les dije que no, que estaba bien allí y les deseé suerte.
En realidad no les fui sincero, como os he dicho albergaba esperanzas
de sorpresa, pero no quería sentir presión y prefería correr solo. Menos
mal que no accedí, ellos sí hicieron tres horas, me hubieran reventado.
Al poco se dio la salida y puse en marcha mi estrategia inicial
de comenzar a correr a 4:30 y observar sensaciones. Me sentía bien, la
carga de hidratos y la supercompensación hacían que me sintiese fuerte,
lo que me llevó a pensar que podría aguantar un ritmo de 4:20 min/km,
motivo por el cual y casi sin notarlo apreté un poco. Los primeros
15.000 cayeron fáciles, y al paso por la media maratón miré mi reloj y
vi que llevaba una hora y 34 minutos. Me sentía bien, de hecho no había
forzado mucho la máquina. Pensé que apretando los dientes podría estar
cerca de las 3 horas y diez minutos. Qué ingenuo, ahora sé que sobre la
serpiente de 42 kilómetros no se puede pensar así. Ahora lo veo claro,
entonces no lo ví.
Sin embargo, al llegar al km 30 empecé a
sentir que algo empezaba a no ir bien. Recordé las palabras de mi
experimentado amigo Jesualdo; “Ramiro, cuando lleves 30 te quedarán 12” y
resultó que el famoso muro con el que sabía que me encontraría se presentó
mucho antes de lo esperado, y mi ritmo fue cayendo hasta los 5:00
min/km pese a mis esfuerzos, ritmo que se fue debilitando, y cinco kms
mas tarde ya estaba en unos 5:40 min/km.
A siete kilómetros de la
línea oí a la gente del público decir; “mira, estos son los de las 3
horas y cuarto”, eso significaba que llevaba detrás el globo de dicho
tiempo, el cual me pasó como un rayo.
Supe que tenía
dificultades y que llegar sería muy duro. Entonces me hice una promesa
muy de las mias: “PROHIBIDO CAMINAR, PROHIBIDO PARAR”. Solo eso. Cara
promesa dadas las circunstancias que me costó cumplir.
Al paso
por el km 37 ya no podía con mi alma. Recuerdo que pensaba: ”Ramiro, es
un 5.000” tú has corrido esto en menos de 18 minutos, pero por otro lado
pensaba 5 x 6 =30 !!!, así que me resignaba e intentaba distraerme pero
solo me venían cosas negativas a la cabeza. Curiosamente el peor
momento de todos en esta parte tan agónica fue el cartel del Km 40. Y
otra vez lo mismo; Ramiro, haces series de dos kms toda las semanas en
menos de 7 minutos! Y luego pensaba 2 x 6 =12!!! (malditas
multiplicaciones).
Curiosamente los corredores se paraban o se
ponía a caminar más en este momento, a falta de tan poco!. Gente que
había alcanzado su límite, gente a la que yo animaba a no parar a su
paso sentía su dolor, vivía lo mismo que ellos.
Al final, sobre
la asombrosa alfombra azul de la recta final y en ese lugar tan
espectacular se me saltaron las lágrimas cuando me faltaban unos
quinientos metros. Fue un mejunje de sentimientos y dolor que no eran
exactamente lo que yo esperaba sentir. Como dije al principio “soy como
soy”. Y crucé la meta destrozado física, anímica y mentalmente. En ese
momento no sentí alegría como he sentido a la llegada en otras pruebas
que he disputado, como la de aquella media maratón pasada.
Olvidé contar que soy triatleta. Que preparo el Ironman de Lanzarote de
mayo de 2013, y que en esos últimos kilómetros pensé en dejarlo todo,
dejar de entrenar, retomar mi vieja afición por la guitarra. Pensé que
no sería capaz de afrontar este sufrimiento tras 4 kms nadando y 180 kms
de bici por puertos de montaña y con viento.
Solo han pasado 48
horas y sé que me equivoqué al pensar aquellas cosas, porque si algo
tengo claro es que no hay nada que motive mas a un atleta que el
fracaso. Que lo que me mueve es la ilusión por superarme y alcanzar mis
sueños. Sueños aparentemente inalcanzables. Porque soy especial, tanto
como las ocho mil personas que hoy estamos al otro lado del muro que nos
saltamos este domingo en Valencia.
"huevos revueltos, dos salchichas Frankfurt, tostadas, un zumo, un café con leche... un bizcochito y una manzana..."
ResponderEliminarLas maratones me dan hambre sabe'... :P
"...lo que me mueve es la ilusión por superarme y alcanzar mis sueños". Si ya lo decía Aristóteles, que sólo hay una fuerza motriz: el deseo.
por cierto, soy Inma, como no tengo blog te he tenido que usurpar la identidad... :P
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